jueves, 28 de diciembre de 2006

sobre un hombre (blanco) que comía bananas

Tiró una cáscara al piso: la pisó y se resbaló. El vuelo de sus dos brazos fue tan incesante como el aletear de un colibrí, un pie adelante y otro atrás.
Recordó su falta de equilibro permanente: ayer, se había caído de la silla al intentar colgar un cuadro (viejo) y jamás, con el blanco y el azul, pudo hacer celeste; y eso que era tanto su deseo de que las paredes luzcan de ese color porque, agregándole pizcas de pintura blanca, sentiría que estaba en el cielo.
Claro, razonó, si logro que mi dedo índice alcance aquella mesa, mis pies se afirmarían, los juntaría y lograría enderezar las rodillas. Ordenó a su brazo derecho que se quedase bien quieto y su cara se desfiguró un poco, después, apretó muy fuerte los dientes.
Una minúscula mosca entró por la ventana de la cocina y se posó justo en su nariz, y, al poner bizcos los ojos, se enfrentó cara a cara con el oportuno insecto: Salí, salí, le dijo, sin dejar de apretar los dientes. La mosca no le contestó y no solo no le contestó, sino que se dio media vuelta dándole la espalda. Entonces, frunció varias veces la nariz, esperando la inestabilidad de la invasora, pero no funcionó: aquella, muy oronda, se relamía una a una sus patas traseras meneándose hacia los costados.
Si soplo, mi cuerpo soltaría aire y el equilibro sería casi nulo, pensó, alguna parte quedaría más liviana sin ese aire que antes pesaba y, que por querer espantarla, se largaría. Y sonrió un poco sintiéndose orgulloso de su razonamiento. Nunca tuvo pensamientos demasiado brillantes y, aunque ya se había acostumbrado: de pequeño, a las burlas de otros pequeños y, ya mayor, a las burlas de otros mayores, siempre tuvo esos deseos de mejorar. Claro que sin decírselo a nadie: primero porque no tenía muchos amigos en quienes confiar, bueno, en realidad no tenía amigos; y segundo, porque, en el caso de fracasar, no tendría una mancha más en su prontuario de burlas.
Esto debe ser como surfear. Y por supuesto que nunca había surfeado, pero lo había visto muchas veces por la televisión, e intentó que sus dos brazos- aún el que no había acatado su orden- hiciesen ese movimiento. Hizo tanto viento (y los siguió moviendo), que la mosca huyó despavorida. El jarrón chino de la mesada giró unos 360º (y los siguió moviendo); las cortinas ondulaban, y cuanto adorno fuese cual torbellino girando sobre su cabeza.
Se distrajo observando boquiabierto el fenómeno que él mismo había provocado (y no los movió más). Y tanto, pero tanto se distrajo, que su cabeza tambaleó para un lado y para el otro; sus piernas delgadas, se enredaron y su dedo índice, llegó hasta la mesa: ¡Sí! ¡Lo logré!, se dijo, pero la sostuvo con tanto énfasis que se dio vuelta y chocó contra su frente en un golpe seco y lamentable.
Su cerebro: se aturdió.
De mentón al piso y un ojo medio pegado; tres dedos chuecos y uno medio aplastado.
¿Y la banana?
La levantó, y se la comió.

1 comentario:

Planethall dijo...

Y el dolor?? bueno, al menos la banana le hizo olvidar el mal trago que solia vivir... besos