domingo, 4 de noviembre de 2007


Comunicación y nada por decir, porque las palabras se convierten en agua, más liviana que transparente chorreándose al suelo por la estúpida gravedad.
Jazmines sobre la mesa anunciando un alma que no está dispuesta a llegar y la puerta está abierta, pero yo, estoy vestida de vacío.
Me moldeaste con tus diez dedos, aplastándome el corazón, estirándome y achicándome a tu antojo porque nunca es nadie, en realidad; ellos no existen: son fantasmas prolongándose en la cabeza.
Entonces, me visto de vacío y soy de porcelana, o de arcilla; roca o polvo; o viento.
Cuando siempre es el mismo día y me pienso a mi con ellos, a mi sin ellos y a ellos por separado.
Todavía no logré huir del mundo y no sé, la verdad, que estoy esperando, o sí.
Porque el mundo se vuelve tan insípido; porque la gente se ignora a sí misma y son estúpidos y más incoherentes. De incoherencia inútil y no saboreable. De la que no sirve; de la que podría desecharse fácilmente como a lo demás.
Si hay que decir, no se escucha.
Ensayo y error.
Ensayo y error:
más error que ensayo.
Y yo sigo prolongándome ilógicamente:
Soy una razón sin forma; un espacio que no lleno;
soy, paradójicamente.
Soy y me pregunto, a la vez, quién leerá todas mis notas. Quién, si aún no logro ser intocable;
si el universo se dispersa y todavía no muero.
No-muerta, me digo.
No, y sin embargo, mis despersonalizaciones logran que así me sienta:
muerta.
Vivo para otro cuerpo que no es el mío.
Un no-cuerpo, una no-muerta
en un no-mundo.


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